Columna de opinión publicada en Cooperativa aquí
Las universidades estatales han sido pilares fundamentales en la construcción del Chile moderno. Desde sus aulas y laboratorios han surgido avances científicos, movimientos sociales, líderes políticos y soluciones concretas a los grandes desafíos del país. A lo largo de la historia, estas instituciones no solo han formado profesionales desde Arica a Punta Arenas: han ampliado horizontes, democratizado el conocimiento y permitido que generaciones de familias chilenas -muchas de ellas primeras generaciones universitarias- den un salto decisivo en sus proyectos de vida. Ingresar a una universidad estatal no fue solo acceder a la educación superior, fue abrir una puerta de esperanza y transformación que antes parecía lejana.
Hoy, recogiendo esa herencia de transformación y compromiso, las universidades estatales enfrentan nuevos desafíos en un país que cambia a una velocidad inédita. El histórico descenso en la natalidad -documentado recientemente por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) y analizado por diversos centros de estudios- plantea un futuro donde habrá menos estudiantes jóvenes ingresando a la educación superior. Este escenario nos desafía a reimaginar el rol de las universidades estatales: no solo como instituciones dedicadas a la formación de pregrado, sino también como centros dinámicos de educación continua y de formación de postgrado, capaces de acompañar a su ciudadanía en todas las etapas de su desarrollo.
Conscientes de que este nuevo Chile también exige instituciones más abiertas, inclusivas y representativas, las universidades estatales han fortalecido su compromiso democrático. Gracias a la Ley N° 21.094 sobre Universidades Estatales, promulgada en 2018, y al proceso de adecuación que culminó en 2024, se aprobaron nuevos estatutos que consagran una gobernanza más inclusiva y participativa.
En la Universidad de Santiago de Chile, mediante el Decreto con Fuerza de Ley N° 29 publicado el 30 de septiembre de 2024, se oficializó que académicas/os, estudiantes y funcionarias/os podían elegir a sus autoridades colegiadas. Este proceso, que se realizó la semana pasada, marcó un hito: fue la primera universidad estatal de gran tamaño en restituir plenamente el voto triestamental en órganos colegiados tras la dictadura. Esta recuperación no es solo un acto simbólico: es un reconocimiento profundo de que las buenas ideas, los liderazgos y los sueños para una mejor universidad pueden surgir desde cualquiera de los estamentos que componen nuestra comunidad. Aunque aún persisten desafíos, como avanzar en la plena incorporación de las/os profesoras/es por horas de clases en la participación institucional, este avance representa una renovación del espíritu democrático, inclusivo y de responsabilidad social que caracteriza a nuestras universidades públicas.
No obstante, es necesario reconocer que aún subsisten inconsistencias que deben ser resueltas para fortalecer de manera definitiva la democracia y la excelencia universitaria. La elección de rector o rectora, que sigue realizándose exclusivamente entre académicos/as -a diferencia de la elección de Enrique Kirberg en 1969, donde la participación triestamental era una realidad-, mantiene requisitos de elegibilidad que no exigen poseer grado de doctorado, a pesar de que este es el estándar requerido hoy para ingresar como académico/a a las universidades estatales. Esta incongruencia normativa resulta particularmente llamativa: mientras que a un nuevo académico o una nueva académica se le exige acreditar estudios de postgrado, para liderar toda la institución basta con contar con un título profesional de cinco años de duración. Esta brecha no solo es anacrónica, sino que también atenta contra el objetivo de alinear la excelencia académica con el liderazgo institucional.
Estas brechas, si bien aún persisten, no deben hacernos perder de vista el horizonte mayor: este avance debe ir inseparablemente unido al compromiso con la excelencia académica. Chile necesita universidades estatales de alto prestigio y calidad, que sigan siendo motores de movilidad social y de desarrollo nacional. Asegurar la acreditación institucional y de todas las carreras de pregrado y programas de postgrado ante la Comisión Nacional de Acreditación (CNA), mejorar continuamente los indicadores de desempeño en estándares internacionales reconocidos por la comunidad académica global -y no mediante redefiniciones locales alejadas de la realidad competitiva mundial-, y trabajar de manera sostenida para posicionar a nuestras universidades estatales entre las 10 mejores de América Latina, son metas ineludibles para honrar la confianza que el país deposita en su sistema público de educación superior.
Asegurar calidad y prestigio también implica comprender que la esencia de las universidades estatales no radica únicamente en transmitir conocimiento existente, sino en crearlo, cuestionarlo y expandirlo. En este sentido, la Ley N° 21.094 reafirma una verdad que ha estado presente desde el origen de nuestras universidades públicas: que la ciencia, la creación artística y la innovación son funciones esenciales de su misión. Desde sus inicios, las universidades estatales chilenas han sido centros de pensamiento crítico, de avances científicos y de exploraciones creativas que no solo impactan al país, sino que transforman la experiencia educativa del estudiantado.
Formarse en una universidad que investiga, que innova, que genera conocimiento nuevo, es profundamente distinto a estudiar en una universidad que se limita a la docencia. En una universidad científica, los y las estudiantes no solo aprenden respuestas: aprenden a formular preguntas, a pensar con rigor, a buscar soluciones en campos donde todavía no existen manuales. Ese es el verdadero sentido de la educación superior pública: formar personas capaces de pensar con rigor, de crear soluciones nuevas y de liderar los cambios que Chile necesita. No es construir castillos en el aire: es cimentar los pilares de una sociedad libre, justa y resiliente. Generar conocimiento libre y socialmente pertinente es, hoy más que nunca, la mejor herramienta para fortalecer la democracia y construir un país más sostenible y más humano.
Para impulsar esta misión, no basta la voluntad institucional. Se requieren también instrumentos de apoyo estratégico. En esta línea, el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación ha implementado el Programa de Financiamiento Estructural para Universidades (FIU), que entrega recursos para fortalecer la investigación científica, modernizar la infraestructura y consolidar redes de innovación y transferencia tecnológica en nuestras instituciones estatales. Pero el FIU no está solo: iniciativas como los programas de Innovación en Educación Superior (InES) -en sus componentes de I+D, Género y Ciencia Abierta- promueven el fortalecimiento de capacidades científicas, la equidad de género en investigación y la democratización del conocimiento. Asimismo, proyectos de transformación como Ingeniería 2030 -en el ámbito de las ingenierías-, Ciencia 2030 -focalizado en fortalecer las ciencias naturales y exactas- y Conocimientos 2030 -que impulsa la modernización de las humanidades, las artes y las ciencias sociales- están promoviendo una profunda renovación de la formación, la investigación y la vinculación con la sociedad en las universidades chilenas.
Hoy, Chile necesita universidades estatales fuertes: instituciones democráticas, de excelencia y profundamente comprometidas con el desarrollo de su ciudadanía. La ciencia pública, cultivada en sus aulas y laboratorios, no es solo un patrimonio que debemos preservar: es la energía vital que permite imaginar, construir y habitar el país que soñamos. Una universidad que investiga, que crea y que innova no solo forma profesionales: forma ciudadanas y ciudadanos críticos, creativos y capaces de liderar los cambios que la sociedad exige.
Fortalecer la ciencia en nuestras universidades estatales es fortalecer la democracia, la equidad y el futuro de Chile. Este año, en que nuevamente como ciudadanía elegiremos a quienes liderarán los destinos del país, sería fundamental que las y los candidatos presidenciales reconozcan el aporte histórico de las universidades estatales y se comprometan a fortalecerlas, entregándoles las herramientas necesarias para que, desde la ciencia y el conocimiento, puedan contribuir a resolver los grandes desafíos que enfrentamos como sociedad. Hoy más que nunca, las universidades del Estado están llamadas a ser el corazón vivo del conocimiento, la conciencia crítica y la esperanza de un país que está en transformación.
Dr. Juan Escrig Murúa
Decano de la Facultad de Ciencia Usach
Los recientes resultados del SIMCE 2024 vuelven a encender las alertas sobre una brecha de género que se amplía en matemática. Las estudiantes de 4° básico alcanzaron un puntaje promedio de 258 puntos, mientras que sus pares masculinos llegaron a 271. Una diferencia de 13 puntos, la mayor de la última década.
Entre las múltiples causas, una de las más invisibilizadas en la infancia es la distribución de responsabilidades domésticas. ¿Nos hemos preguntado cuánto tiempo dedican nuestras hijas, sobrinas o estudiantes a estas tareas en comparación con sus pares masculinos?
Una investigación realizada por Unicef en 2016 reveló que las niñas entre 5 y 14 años dedican un 40% más de tiempo que los niños de su edad, a las labores domésticas. Un equivalente a 160 millones de horas más. Solemos desconectar esta realidad con la ciencia y el hecho de que muchas niñas decidan no seguir carreras científicas, pero es algo que es urgente de reflexionar.
En una entrevista reciente, me preguntaron: “¿Qué hace una científica? Explícalo de manera sencilla para una niña de 10 años”. Pensé un momento y respondí que observamos el mundo, nos hacemos preguntas, formulamos respuestas posibles, investigamos, analizamos datos y sacamos conclusiones. Después de reflexionar sobre mi propia respuesta, me quedó aún más claro que el trabajo científico requiere concentración. ¿Cómo cumplir con estas exigencias cuando nuestra mente está saturada con preocupaciones domésticas y responsabilidades no compartidas?
No podemos ignorar que las mujeres siguen cargando con la mayor parte de las tareas domésticas y de cuidado, lo que impacta directamente en sus posibilidades de desarrollo académico y profesional. Es por esto que la corresponsabilidad es parte de lo que desde el Eje de Liderazgo y Participación Femenina del Consorcio Science Up en la Usach promovemos, pues es clave para acortar estas brechas.
Si realmente queremos que más mujeres se integren a la academia y se conviertan en científicas sobresalientes, debemos redistribuir las tareas del hogar y promover la corresponsabilidad. La equidad no es solo una meta educativa, sino una transformación cultural urgente. Reflexionemos sobre la brecha de género en educación y ciencia, porque la verdadera revolución no está solo en los laboratorios ni en las aulas, sino también en nuestros hogares.
Dra. Daniela Soto Soto
Coordinadora del Eje de Liderazgo y Participación Femenina
Consorcio Science Up
Universidad de Santiago de Chile
Carta al Director publicada en La Tercera aquí
SEÑOR DIRECTOR:
Quienes representamos a las universidades vinculadas al programa ANID “Ciencia e Innovación para el 2030”, consideramos atingente invitar a la ciudadanía a reflexionar sobre el porvenir de Chile como sociedad que anhela un desarrollo integral y sostenible, donde el conocimiento es un cimiento indispensable para abordar los desafíos de estos tiempos.
El incentivo a la creatividad promovido por estos proyectos, a través del quehacer de las facultades científicas de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Universidad Católica del Norte y Universidad de Santiago de Chile, refuerza el rol de nuestras universidades como ejes del desarrollo científico, tecnológico y social del país, con pertinencia territorial. En este camino, gracias a proyectos como el Consorcio Science Up, hemos dado vida a espacios creativos que visibilizan materialmente las ideas innovadoras, fomentando soluciones concretas a desafíos locales y globales.
Reconocemos el valor de iniciativas estatales como el Programa de Financiamiento Estructural I+D+i Universitario (FIU) y albergamos la expectativa de que las administraciones venideras instauren políticas que aseguren un financiamiento constante. Sin duda, esto articulará esfuerzos entre academia, industria y gobierno, capitalizando la experiencia de programas como el nuestro, para así construir un futuro más sostenible y basado en el conocimiento.
El país que visualizamos demanda esta alianza colectiva con el quehacer científico e innovador, como impulsores de un Chile con mayor prosperidad, sustentabilidad y equidad.
Alberto Monsalve González, Vicerrector de Investigación, Innovación y Creación, USACH
Luis Mercado Vianco, Vicerrector de Investigación, Creación e Innovación, PUCV
Mónica Guzmán González, Vicerrectora de Investigación y Desarrollo Tecnológico, UCN
Por Camila Retamal Contreras
Esta columna de opinión nace en el marco del curso electivo dictado en la Facultad de Ciencia y en la Facultad de Química y Biología: “Comunicación de la ciencia para público no científico”.
“Mujeres en la Ciencia” (Picture a Scientist) es un documental que expone a la luz los desafíos y obstáculos que se enfrentan las mujeres en el campo de la ciencia y su lucha constante por la equidad de género en este espacio. Por lo cual, esta obra cinematográfica, dirigida por Sharon Shattuck e Ian Cheney, tiene como principal propósito comunicar a través de experiencias las barreras sistemáticas y culturales que han limitado el avance de las mujeres en la ciencia.
Quizás para muchas personas la posibilidad de que las mujeres reciban menos reconocimiento por sus contribuciones científicas no sea tan relevante, ya que es muy difícil para muchos imaginarse a una mujer con un delantal blanco trabajando en un laboratorio y, de hecho, está demostrado que cuando se le ha pedido a un niño representar a una persona que se dedica en el campo de la ciencia, la mayoría de las representaciones son hombres.
Y en verdad no es culpa de la infancia tener estas concepciones sobre los científicos, los estereotipos de género en los medios de comunicación perpetúan la vista tradicional de las mujeres, y esto puede influir en las percepciones de los niños sobre nosotras, y es una de las reflexiones más importantes que suscita este documental, que es la persistencia de estas problemáticas en base al prejuicio y estereotipos arraigados en la sociedad, que influyen en la forma en que las mujeres son percibidas y valoradas en el ámbito científico, tecnológico, matemático, etc. Hemos vivido por siglos en un sistema donde el hombre ha sido el principal protagonista de los cambios y la evolución.
Un ejemplo canónico es el de Rosalind Franklin, su contribución fue fundamental para el descubrimiento de la estructura del ADN, pero en su momento no fue reconocida por tal hecho, después de su muerte la comunidad científica recién se había dado cuenta de que se le negó injustamente la autoría del artículo original de Crick y Watson. Aunque ella no fue la primera ni la última en atravesar este tipo de discriminación.
Pero, por otra parte, “Mujeres en la Ciencia” les demuestra a otras mujeres la importancia de la representación y el poder del modelo femenino, porque cuando las mujeres vemos a otras mujeres siendo exitosas en la ciencia, se crea una percepción de que nosotras podemos llegar a ser exitosas, alcanzar logros y por sobre todo desafiar estereotipos.
Me impresionó ver la resiliencia y la determinación de las científicas entrevistadas, ya que, a pesar de los desafíos y los obstáculos que enfrentaron, siguieron adelante con su trabajo científico y abriendo camino para las generaciones futuras, para hombres y mujeres, porque si bien la iniciativa es hacernos notar en este campo, tampoco es mirar en menos al otro, hay que lograr una verdadera igualdad de oportunidades y de género.
Todos somos parte del cambio, en construir entornos inclusivos y seguros, es de suma urgencia tratar estos temas y es un recordatorio poderoso del cual todavía hay mucho trabajo por hacer y lograr. La comunicación de estos problemas y la visibilización de estas barreras permiten generar cambios en las políticas, ya que se evidencian las consecuencias.
Gracias a esto se pueden sentar bases y medidas concretas para la construcción de una comunidad científica más equitativa, en términos de género, raza y origen étnico. Es importante tener una visión reveladora, porque nos incita a reflexionar sobre nuestras propias percepciones y acciones, y nos impulsa a trabajar juntos para un futuro más equitativo y justo.
Columna de opinión
Esta interrogante aparece de forma continua cuando se piensa en incorporar acciones que impulsen la participación de las mujeres en la ciencia. Algunos señalan, que ya no existen barreras entre los géneros para estudiar estas disciplinas o más aún, que no existen brechas a la hora de liderar y participar en proyectos de investigación o avanzar en su carrera académica. Sin embargo, esas mismas cifras dan a relucir que aún falta por avanzar en esta materia.
Investigaciones señalan que desde los seis años a las niñas se les asocia menos a la brillantez frente a los niños. Ya en la adolescencia se muestran más reacias a tareas matemáticas y científicas. Llegado el momento de escoger una carrera, surge un fuerte efecto intergeneracional, pues reproducen las carreras de sus madres, generalmente más feminizadas. De esta forma, se fugan estos talentos a otras áreas.
Nada justifica que la mitad de la humanidad esté marginada de una de las actividades más importantes para nuestro desarrollo. Estamos al debe. Sólo el 30% de quienes realizan investigación son mujeres. Históricamente han estado infrarrepresentadas en el campo de las ciencias, debido a prejuicios y estereotipos de género arraigados en nuestra cultura.
Aumentar su participación es vital para lograr una sociedad más equitativa e inclusiva, algo que también reconocen instituciones de carácter internacional como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), al referir que su inclusión, aumenta la creatividad, la innovación y el pensamiento crítico en la investigación y desarrollo de soluciones para los problemas globales.
Las académicas son modelos a seguir y mentoras para la próxima generación de científicas, que al ver a referentes femeninas exitosas y empoderadas, pueden sentirse más confiadas en sus habilidades, tener el coraje de perseguir sus intereses y desarrollar al máximo su potencial.
Hay que reducir las brechas, como el orden cultural que atribuye al género masculino más capacidades que al femenino, debido a que, en la práctica, esto se traduce en posiciones de poder injustamente distribuidas y el no reconocimiento como seres en igualdad de derechos y deberes entre hombres y mujeres.
Revertir esto es una tarea que nos compete a todos y todas quienes trabajamos en estas áreas. Las instituciones deben generar un espacio y normativas que permitan lograr esta tarea, no tan solo en las universidades, sino también en las escuelas.
Hoy más que nunca es preciso una educación que derribe los estereotipos y la asignación de roles entre los géneros, relevando modelos femeninos en todas las áreas del conocimiento, con el objeto de visibilizar la importancia de una mayor participación y liderazgo de las mujeres en todos los campos y, en particular, en las áreas STEM donde las brechas son aún más acentuadas.
Entonces, volviendo a la pregunta, ¿por qué queremos más mujeres en la ciencia? Porque las necesitamos. Necesitamos a cada una de las investigadoras que puede realizar un aporte con su mirada y experiencia. Porque “cuando buscamos talento en una población entera, en lugar de sólo en la mitad de ella, se abren posibilidades infinitas” (Favill y Cavallo, 2014).
Eje de Liderazgo y Participación Femenina
Consorcio Science Up
PUCV, UCN y USACH
Dr. Juan Escrig, Decano de la Facultad de Ciencia de la Universidad de Santiago de Chile e investigador de CEDENNA.
Hay tres temas que preocupan a las universidades chilenas que están formando a las y los futuros científicos quienes son fundamentales para el desarrollo del país. Estos son la armonización de los currículos, con el objetivo de fomentar el espíritu emprendedor e innovador de las y los estudiantes, fortaleciendo además la internacionalización y transversalización de las carreras científicas; la imprescindible vinculación de estas casas de estudio con el entorno social y productivo, con especial atención en las comunidades de cada territorio y región en la que se encuentran las universidades; y dar paso a una mayor presencia femenina en las carreras científicas, no solo porque somos conscientes de las brechas de género presentes en las disciplinas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), sino que también porque la experiencia ha demostrado que los equipos mixtos se complementan y trabajan mejor.
Tres universidades, la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV), la Universidad Católica del Norte (UCN) y la Universidad de Santiago de Chile (USACH), todas con una fuerte vocación social y regional, han creado el Consorcio Science Up a partir de la adjudicación del proyecto Ciencia e Innovación para el 2030 de la CORFO, buscando implementar un plan de desarrollo estratégico que les permita trabajar, desde sus facultades científicas, en las tres áreas previamente mencionadas considerando desafíos para el corto, mediano y largo plazo.
Llegar a esta etapa no fue sencillo, ya que requirió primero de un diagnóstico interno en cada institución, que permitió detectar las brechas en innovación y emprendimiento que tenían nuestras carreras científicas, además de un benchmarking internacional (Universidad de Pittsburgh, Universidad de Carnegie Mellon y Texas Tech University en Estados Unidos; Universidad de Bristol en el Reino Unido, Universidad de Radboud en Holanda y Universidad de Ciencias Aplicadas de Munster en Alemania), el cual nos permitió detectar las buenas prácticas factibles de implementar en nuestras instituciones.
Es importante tener presente que toda transformación, para que logre su fin, requiere consensuar visiones comunes, razón por la cual las acciones y actividades del Consorcio son construidas con y para la comunidad universitaria. Un ejemplo de esto es la iniciativa Auspicio y Patrocinio Science Up, que busca apoyar iniciativas que promuevan la divulgación, valoración y/o fomento de la innovación, el emprendimiento de base científica tecnológica y la transferencia tecnológica al interior de las facultades científicas asociadas al Consorcio.
Además, la idea es aprovechar las fortalezas y trayectorias de las facultades individuales, así como la sinergia generada en el marco de este proyecto, razón por la cual, por ejemplo, la Facultad de Ciencia junto con la Facultad de Química y Biología de la USACH están organizando, en forma conjunta, tanto el Festival de la Ciencia, dirigida a público general, como la Feria Científica, dirigida especialmente al mundo escolar. Además, las facultades asociadas al Consorcio se encuentran trabajando para establecer un lenguaje común, definiendo competencias en innovación y emprendimiento que puedan dar origen a un Minor en Innovación y Emprendimiento para Carreras Científicas común. Así, en vez de competir, buscamos sumar esfuerzos.
Cuando hablamos de armonización curricular nos referimos a trabajar de forma coordinada para diseñar e implementar cambios curriculares y extracurriculares tanto en nuestras carreras de pregrado como en nuestros programas de postgrado, con el objetivo de formar estudiantes competentes en su formación disciplinar, pero -al mismo tiempo- con capacidades para desarrollar investigación aplicada, transferencia y desarrollo tecnológico, innovación de vanguardia y emprendimientos de base científica tecnológica. La idea es avanzar hacia un sello distintivo en la formación de profesionales altamente competentes tanto en lo disciplinar como en las habilidades de carácter transversal que demanda la sociedad actual.
Cuando planteamos la necesidad de una mayor vinculación con el entorno socioeconómico, creemos imprescindible poner nuestra atención en las brechas de desarrollo de los territorios en los cuales estamos insertos, ya que la idea es contribuir activamente desde nuestras capacidades, pues la ciencia y la tecnología no solo nos permiten generar un impacto sobre la economía local, sino que también nos permite influir y mejorar la calidad de vida de sus habitantes.
Sobre este punto, comenzamos por identificar los actores claves, destacando nuestras y nuestros ex estudiantes con quienes estamos desarrollando un importante trabajo de fidelización, ya que a partir de ellas y ellos podemos vincularnos directamente con el sector productivo donde se desempeñan. La idea es generar un vínculo permanente y bidireccional, de beneficios mutuos, estableciendo relaciones de confianza y cercanía con nuestro entorno social y económico.
El trabajo del Consorcio no solo se centra en las competencias de nuestras y nuestros estudiantes, sino que también en la construcción y el diseño de estrategias que nos permitan fomentar el liderazgo y la participación femenina al interior de nuestras facultades científicas. Los desafíos del siglo XXI nos obligan a repensar y modernizar nuestros procesos de enseñanza, implementando metodologías de aprendizaje activo para la innovación educativa de nuestras carreras, pero considerando en todo momento las transformaciones culturales que nos permitan disminuir las brechas de género en el ámbito profesional y en las propias disciplinas. Para ello, estamos fomentando, desde etapas muy tempranas de formación, las vocaciones científicas tecnológicas, con especial énfasis en niñas y mujeres.
En conclusión, el Consorcio Science Up, impulsado por tres de las principales universidades del país, nos permitirá formar a la próxima generación de científicas y científicos quienes, desde Chile, podrán construir un futuro lleno de oportunidades, siendo capaces de crear y exportar tecnología avanzada, impulsando una economía de innovación y bienestar para toda la sociedad.
Columna de opinión publicada en La Tercera por el equipo académico y gestor del Eje de Liderazgo y Participación Femenina del Consorcio Science Up.
La existencia de brechas de género en la educación superior de Chile es un tema que se ha comenzado a discutir y visibilizar en los últimos años. A raíz de esto, los planteles de educación superior han iniciado una serie de acciones para incorporar perspectiva de género y aumentar la participación de mujeres en todos sus niveles: a través de mecanismos de ingreso especial para mujeres, creación de unidades de género en las instituciones u ofertas laborales, que promueven la contratación de mujeres ante la igualdad de condiciones curriculares.
De acuerdo al Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, en la actualidad el 53% de la matrícula de educación superior corresponde a mujeres. Sin embargo, sólo una de cada cuatro mujeres optan por carreras de áreas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, por su sigla en inglés).
Aún más severa es la diferencia en el porcentaje de egreso de carreras de pregrado en áreas STEM según sexo, que sitúa a Chile en la última posición, con un 19% de mujeres, mientras la media OCDE alcanza un 32%. Por consiguiente, no es de extrañar que estas brechas de género se extrapolen al estamento docente, con ausencia de liderazgos femeninos o bajo porcentaje de investigadoras. Sin ir más lejos, la Radiografía de Género en CTCI 2020 del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, refleja con claridad estas brechas estructurales: las mujeres que alcanzan la máxima jerarquía de profesora titular en las universidades chilenas llega apenas al 22%; en solicitudes de patentes la representación de mujeres es del 15%; y la presencia de mujeres en investigación llega sólo al 34%.
Ante este escenario, celebramos los avances que se están concretando en el sistema educativo, como es el caso de la Ley N 21.369, que regula el acoso sexual, la violencia y la discriminación de género en el ámbito de la educación superior e incorpora el avance en estas materias al proceso de acreditación institucional.
Estas políticas van en línea con los desafíos que tenemos como sociedad y son iniciativas que nos dan la oportunidad para avanzar hacia una verdadera transversalización de la perspectiva de género en todas sus dimensiones. Además, es urgente y trascendental que estos compromisos y voluntades se plasmen en las normativas y estructuras que sustentan a las instituciones de educación superior.
COLUMNA DE OPINIÓN
Cabe preguntarse por qué no nos damos cuenta de lo maravilloso que resulta cultivar la ciencia y la tecnología en el contexto de una economía globalizada. La ciencia no solamente es maravillosa porque nos hace pensar y desafiar nuestra curiosidad y elevar nuestro intelecto, sino también porque puede crear valor a partir de la nada, los casos son innumerables.
Por Dr. Leonel Rojo Castillo, académico de la Facultad de Química y Biología de la Universidad de Santiago de Chile.
En Chile se ha hablado mucho de las vacunas contra el COVID-19, especialmente si debemos o no construir centros para su fabricación en nuestro país, una discusión que fue instalada con motivo del confinamiento, las cuarentenas, las muertes y la falta de recursos tecnológicos en todos los niveles del sistema de salud durante esta pandemia por SARS CoV 2. La economía se contrajo severamente, muchas empresas quebraron o debieron reducir su tamaño al mínimo posible. ¡Vaya, qué fuerza tiene un virus microscópico!
Para los científicos chilenos resulta evidente que hemos mejorado en los últimos treinta años: la inversión en ciencia y tecnología ha crecido desde los años ochenta hasta la fecha, pero seguimos estando en un pantano frío y lleno de incertidumbre, en una realidad paralela, donde se invierte menos del 0.4 por ciento del PIB en ciencia y tecnología. Además, la velocidad a la cual ocurre la transferencia tecnológica desde las universidades está disociada de la tremenda velocidad que la industria necesita; la burocracia a veces sobrepasa al sentido común y perdemos oportunidades de desarrollo. Esto se refleja en que casi la totalidad de las patentes de invención generadas en la universidades no llega a ver la luz, es decir, no son transferidas a empresas o generan nuevas empresas “spin off”.
Pensemos, por un momento, en los inicios de la pandemia COVID-19 en Chile. Por aquel entonces, todos corríamos despavoridos esperando la forma más adecuada de protegernos o continuar con nuestras vidas en medio de un virus potencialmente mortal. Allá por los inicios de 2020, escaseaban las mascarillas de alta calidad, los guantes, alcohol gel, test rápidos, ventiladores mecánicos, fármacos de cuidados intensivos, purificadores de aire, entre otros utensilios médicos.
Mientras tanto, en pocas semanas, China, Corea, Israel, Inglaterra, Japón y Estados Unidos ya disponían de tecnologías de diagnóstico rápido, aparatos de PCR de alta eficiencia, purificadores de aire, etc. Meses más tarde, algunos centros en Europa, China y Estados Unidos ya disponían de los primeros prototipos de vacunas. Al poco tiempo, tuvimos la opción de acceder parcialmente al goteo de las primeras vacunas y pudimos mejorar nuestro manejo de esta pandemia. Aprendimos a usar nuevas formas de comunicación y desarrollamos el teletrabajo, como nunca pensamos que fuera posible. TODO esto gracias a la ciencia y la tecnología.
Cabe preguntarse por qué no nos damos cuenta de lo maravilloso que resulta cultivar la ciencia y la tecnología en el contexto de una economía globalizada. La ciencia no solamente es maravillosa porque nos hace pensar y desafiar nuestra curiosidad y elevar nuestro intelecto, sino también porque puede crear valor a partir de la nada, los casos son innumerables: Apple. Microsoft, SINOVAC, Moderna, Facebook, Twitter, Instagram, Tesla, entre otros. Este valor económico debidamente gestionado y protegido es la clave para una sociedad con más oportunidades y menos desigualdad.
Valorar la ciencia y el trabajo de los científicos es CLAVE. Por ejemplo, cuando salieron las vacunas, muchos propusieron que se debían levantar los derechos de patentes, que suena del todo razonable, porque se trata de salvar vidas en todo el mundo. Sin embargo, la posición impopular de mantener dichos derechos no es del todo mala. Me explico: si decidiéramos eliminarlos, le estaríamos dando un pésimo mensaje a la humanidad, estaríamos diciendo que el capital intelectual no debe ser reconocido y, probablemente, tendríamos tecnologías gratuitas por un tiempo, pero luego de eso, desaparecería el incentivo para desarrollar el talento humano de alto nivel porque no habría una retribución económica adecuada a las mentes brillantes y esforzadas que decidieron luchar para que podamos hacer frente a problemas tan graves como la pandemia por COVID-19.
Es imposible pensar en una sociedad que quiera dar importancia a un “nuevo modelo de desarrollo” si no respetamos la propiedad intelectual en todas sus formas (patentes, registros de marca, secretos industriales,entre otras), porque esto es el resultado de dar libertad y oportunidades a los talentos entrenados al más alto nivel, personas que son capaces de apostar una vida de trabajo y entrega total por descubrir la cura para virus letales, desarrollar superalimentos, crear nuevos fármacos o tecnologías de comunicación social. Si no comprendemos esto, siempre vamos a vivir en un país que exporta los denominados “commodities” y no exporta al mundo el talento de sus científicos.
COLUMNA DE OPINIÓN
Las universidades públicas debemos asumir con decisión el compromiso de contribuir al desarrollo sostenible, teniendo presente que es en estas instituciones donde se forman agentes de cambio y se permiten miradas críticas y transformadoras de la sociedad.
Por Claudio Elórtegui Raffo, rector de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV)
Las consecuencias sociales y económicas de la pandemia, han demostrado la urgencia de generar estrategias y medidas concretas que permitan reactivar nuestra economía, conciliando el crecimiento económico con el cuidado de las personas y la protección del medio ambiente. Sin duda, este momento histórico representa una oportunidad única para avanzar hacia un desarrollo sostenible.
Las universidades públicas debemos asumir con decisión el compromiso de contribuir al desarrollo sostenible, teniendo presente que es en estas instituciones donde se forman agentes de cambio y se permiten miradas críticas y transformadoras de la sociedad.
Como miembros de Pacto Global de las Naciones Unidas, desde la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso buscamos contribuir a la Agenda 2030 y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, poniendo nuestras capacidades y conocimientos al servicio de la sociedad.
El Centro de Acción Climática es una manifestación concreta de este compromiso institucional con el desarrollo sostenible y particularmente con el llamado a cuidar nuestra casa común que hace el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si. Es así como busca aportar desde la investigación aplicada a la adaptación climática a nivel regional y nacional; y a partir de un trabajo articulado con otros centros de investigación, académicos e investigadores de la Universidad, ofrece una respuesta interdisciplinaria y específica a los sectores económicos más impactados por las variaciones del clima.
Las universidades -públicas y privadas- son llamadas a realizar acciones para fortalecer la resiliencia climática en los territorios donde se ubican, y también realizar contribuciones al sistema escolar, y a generar proyectos que propicien la reducción de la exposición a contaminantes atmosféricos por parte de niños y niñas que residen en zonas expuestas en diversas regiones del país.
En materia de políticas públicas, el Centro de Acción Climática está realizando una importante contribución participando en el proceso legislativo de la nueva ley de cambio climático y la ley de glaciares. Y a nivel internacional ha estado contribuyendo a un llamado a una recuperación sostenible e inclusiva en colaboración con el Centro Global de Adaptación de los Países Bajos, generando recomendaciones para los países miembros de CELAC, entre otras iniciativas.
En tan solo un año y medio de actividad, el Centro de Acción Climática, en el marco de la vocación pública institucional, ha generado propuestas y acciones concretas para hacer frente a uno de los desafíos más urgentes que tiene la humanidad, como son los efectos del cambio climático.
Fuente: El Dinamo 23.07.2021
https://www.eldinamo.cl/opinion/2021/07/23/el-rol-de-la-universidad-publica-en-el-cuidado-del-medio-ambiente/
COLUMNA DE OPINIÓN
“Una lección para los que nos dedicamos a la docencia e investigación, es que si dedicamos parte de nuestro tiempo en fomentar la formación e investigación interdisciplinaria y vinculada con la sociedad podemos impactar positivamente en la ciudadanía”.
Por Felipe Elorrieta, doctor en Estadísticas, profesor asistente en Departamento de Matemáticas de la Universidad de Santiago de Chile.
A un año y medio del inicio de la pandemia de Covid-19 en el mundo, hemos podido ver cómo académicos e investigadores de las más diversas disciplinas se han puesto al servicio del análisis y la comunicación de riesgo sobre el impacto y los efectos del Covid-19.
Sin ir más lejos, aquí en Chile, algunos centros de estudios interdisciplinarios como Espacio Público han participado activamente en la discusión del impacto del Covid-19. De igual manera, otras iniciativas interdisciplinarias han nacido durante esta pandemia. Algunos ejemplos notables son el grupo ICOVID -grupo de académicos con formación en salud pública, epidemiología, matemáticas, estadística e ingeniería y comunicaciones de la Universidad de Chile, Universidad Católica y Universidad de Concepción– o, en menor escala, el Grupo Epidemiológico Matemático de la Universidad de Santiago de Chile, en el que he tenido la oportunidad de colaborar junto a otros académicos y alumnos relacionados a la estadística, medicina, ingeniería y periodismo.
Es claro que la voz principal en la comunicación de riesgo la debe llevar quienes han dedicado su vida académica a la investigación de este virus infeccioso y sus efectos en la población. Sin embargo, creo que es indiscutible el aporte de todas estas iniciativas en la discusión y en la comunicación de riesgo durante la pandemia. El aporte de visiones adicionales a las que generalmente han liderado estas discusiones, ha permitido enriquecer el debate con una comunicación dirigida a la población basada en evidencias sobre el impacto de la pandemia en nuestro país. En este sentido, el aporte de diversos investigadores ha servido como contraparte de las versiones oficiales de las autoridades y ha ejercido una debida presión con el fin de que se tomen medidas pensando en la salud de la población.
En este sentido, una lección para los que nos dedicamos a la docencia e investigación, es que si dedicamos parte de nuestro tiempo en fomentar la formación e investigación interdisciplinaria y vinculada con la sociedad podemos impactar positivamente en la ciudadanía. Lamentablemente, esto no depende solamente de nosotros como investigadores sino que también de los incentivos que se generan para hacer investigación vinculada con la sociedad. En ese sentido mi llamado es que las universidades y la ANID puedan valorar más iniciativas de investigación que permitan llegar con un mensaje claro a la ciudadanía.
En la misma línea, se podría dar más valor a iniciativas de divulgación del conocimiento que tienen un impacto directo en la sociedad, como la que por ejemplo fomenta el programa explora de CONICYT. En esta área hay varias iniciativas que hacen una tarea muy destacada de divulgación científica como, por ejemplo, el Instituto Milenio de Astrofísica (MAS) o el Planetario de la Universidad de Santiago. Todas estas iniciativas han permitido acercar la labor científica a la ciudadanía, pero aún queda mucho trabajo por hacer. Es por esto que es muy valorable que iniciativas en nacimiento como el consorcio Science Up se sumen a la difícil tarea de fomentar la formación interdisciplinaria y la investigación aplicada a la sociedad.